Tuesday, November 20, 2007

servilletita


Where is your napking?


Las manos sobre la mesa y dije las dos!...Atentos a la conversación y asegúrese de haber cubierto sus piernas con la galantosa servilleta de género o, en su defecto, asegúrese que ningún pillín vecino haya profanado su plato poniendo en riesgo que en estos momentos usted (dama o señor), no cuente con tal preciado y generoso trozo de papel...que, viniendo al caso, me es adecuado precisar: no siempre usamos para limpiarnos la boca y, mucho menos, para hacerlo antes de beber.

Sí. Asimismito. Si la regla de las buenas costumbres dice que la servilleta debe usarse (no tan sólo para practicar o improvisar una performance de truquito de magia), bajo la premisa que es una de las piezas fundamentales a la hora de sentarse a la mesa, no se haga la cucha y asuma que muchas veces sólo la usamos para limpiar nuestra nariz o, cuando nadie nos ve, envolver con ternura el trozo de bigtime (al que ya de verde poco le queda).

Las cosas simples y cotidianas raras veces se cuestionan; pocas veces nos preguntamos acerca del origen de éstas, asumiendo, de una u otra forma, que sus orígenes han sido el desencadenamiento lógico de la creación de “otro” o de “algún fenómeno”, pero que por algún motivo y de la nada han aparecido para facilitarnos (en la mayoría de los casos), nuestra existencia.

Y muchas veces esto me ha ocurrido a mí. Hasta que un día... bajo circunstancias especiales indagué en el señor “gé” a modo de obtener un dato curioso, un tema que manejar durante una tertulia o rellenar horas de vacío sin tener sobre qué escribir. Entonces fue que supe que el tan maravilloso invento de la servilleta había surgido ni más ni menos que de la cabecita de Leonardo da Vinci. Ese personaje del cual mucho se escucha no tan sólo en clases de Historia, sino que en la de Física, de Arte, de Música, Arquitectura y mmmm, menos mal que nunca le dio por el fisiculturismo!.

Pero bueno, entre tantos aportes que le llevaron a sumar y sumar porcentajes al uso básico que hacemos de nuestra machina cerebral (del 100 el usó 24: nosotros, sólo el 4), digamos que el más reconocido o agradecido aporte davinciviano resultó ser este trozo de papel que miro debajo de un pan suavemente amasado.

Todo por culpa de un mantel; todo por la inoperancia Real de un señor Ludovico. Fue Da Vinci quien se dio cuenta, que luego de cada banquete, la mesa de su “señor” se asemejaba un campo de batalla...lleno de despojos y más manchado que cualquier intento impresionista por retratar un pasaje campestre medieval.

Sin pensarlo dos veces (como si tuviese que hacerlo), dio en la solución: que cada tuviese su propio paño (algo asi como su propio mini-mantel). De esta forma, ya nada importaría qué uso le dieran los invitados a su pieza personal. Pero claro, en ese entonces no se recurría al famosillo booklet donde las introducciones impresas hacen sentirte segundo a segundo el ser más torpe de tu nanoexistencia. Digamos que los comensales experimentaron in situ este sentir y actuar desparartado, llegando a sentarse sobre estos trozos de géneros. No se comprendía entonces su uso y tampoco existían las reglas protocolares que dijesen como usarla de la mejor forma y con la máxima elegancia.

Paradójicamente, en el siglo da Vinci se desconocía sus formas de uso... hoy: todos tenemos a manos un catálogo de buenas costumbres; no obstante, actuamos de la misma forma que esos hombres que (a gritos) pedían ese gran trozo de género sobre el cual estaban dispuestos los manjares.

Pero resulta que tanto ayer como hoy, nos servimos de las “servilletas” para sonarnos las narices, arrojarlas por juego y, aunque todos lo nieguen, a vista y paciencia envolver en ellas la comida y ocultarla en nuestros bolsillos.

Señoras y señores... la servilleta había quedado establecida y hoy, pasa en el suelo, pero agradecidamente usada. Asi que usted, sí!...usted; si es que ha terminado de leerme o de devorarse el jugoso chacarero que tiene sobre la mesa... deje la servilleta, pauséese, leave it al lado derecho, ligeramente arrugada, y nunca doblada... no hay peor necio como aquel que pretende hacer creer que una servilleta jamás utilizó.

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