Monday, July 07, 2008

comounacintita

“Espero una llamada”, palaras que envuelven a una cerveza tibia y a un hombre en bóxers que se pasea en un malgastado cuarto de motel. Combinación de cámaras fijas y subjetivas. Colores limpios que denotan una clara tonalidad de gamas de un azul hiperquinético.

Alguien debió haber dejado en la bandeja de devolución un dvd grabado en casa, pero no. Primeros planos y planos generales de una pieza de motel muy “on the road”. Existe un juego interesante entre el movimiento de cámaras y los bruscos e inesperados movimientos de uno de los actores principales (Vince), en cuanto es éste quien teje el hilo dramático de esta cinta.

“The Tape” (Richard Linklater) es literalmente más que una “cinta”, es a segundos, una mascada de realidad, de una conversación, visita y reunión cotidiana; una historia que devela el perfil psicológico, precisamente, de uno de sus protagonistas, transformándose para quienes están frente de la pantalla, en una sesión psicoterapéutica, a través de la cuál no sólo se comprende, comparte o se repudia la forma de ser del manipulador Vince (ethan hawke), sino que se aprende a conocer directamente los huesos y músculos del sujeto, de los cuales emanan sus verdaderas intenciones.

Develar – redescubrir-aceptarse. Esa parece ser la lógica que encadena y desencadena la dinámica relacional de los tres participantes de esta historia. A través de tantos dimes y diretes, a través de tantos juegos de palabras y de manipulación bien/mal intencionada, el autor impregna el diálogo y a la acción de valores; valores que terminan por aleccionar al espectador a modo de que termine por asumir y aceptar que en este paso por la vida, la “responsabilidad de ser” conlleva a saber diferenciar y denunciar la inmadurez y violencia en la relación con el prójimo.

Desde una perspectiva moral, “quién es mejor que el otro”. El gran slogan de esta gran y sencilla película. Richard Linklater (director), presenta a través de la reunión casual de tres amigos del highschool, y sobre los cuales divaga el fantasma de una violación, una crítica aguda hacia la sociedad americana, la cual, mediante su actuar, impulsa y saca lo peor de los cimientos culturales a modo de “sobrevivir” en esta carrera por subsistir y manifestarse como potencia y amo del mundo.

El guión, a cargo de Stephen Belber, es un locuaz, dinámico e inteligente ilación de ideas y sentimientos de tres amigos que a pesar de los años, se deben muchas cosas unos a otros, pues un pasado adolescentemente turbio los une esta vez para rendir cuentas de los errores cometidos por los excesos de sustancias, de ego y de soberbia.

Por sobre todo, se trata de un juego de autenticidad, a través del cual descubren quienes son y, con ello, se agudizan y maximizan sus diferencias y las posturas que cada uno de ellos defienden frente a la vida. Se descubren y asumen como personas y sus valores en un escenario donde todos juegan un rol de entrevistado y entrevistador bajo una lupa moralizadora que deja en evidencia posturas alternadas de “superioridad”, la cual avala sus capacidad de enjuiciamiento hacia el otro.

Por un momento todos son “alguien” para relucir las faltas, errores y defectos de quien tienen en frente. El pasado y el destino los hacen ser “alguien” para decir “algo”, hasta concluir que ninguno es perfecto.

Esto, sumado al ambiente en el cual se desarrolla la historia y el juego lingüístico estresante por parte de sus protagonistas, hacen de “tape” un film exquisitamente asfixiante enmarcado en una punzante cruzada moral, donde no tienen salida dentro de una conversación condensada.

Ruido ambiente y movimientos improvisados. Esto es un gran ensayo en el cual se aprovecha hasta el más mínimo recurso emanado de la espontaneidad de los protagonistas, del lugar y del guión…un claro dejo al dogma cinema, donde existe un esmero en devolver al séptimo arte su pureza y esencia.

La cámara en mano, iluminación y sonido natural aportan fuerza dramática y gran realismo a las situaciones que se crean y a los personajes que ahí figuran, por lo cual la gran apuesta termina siendo, desde todo punto de vista, el diálogo entre ellos.

De la misma forma, los movimientos de cámaras entran a competir con los movimientos de los actores, situación que obliga a enmarcarse en un solo enfoque, en un enfoque fijo, dejando muchas veces fuera del encuadre a los actores, en circunstancias que no los busca, más parece que son ellos, quienes por casualidad, figuran frente al lente.

A diferencia de otras películas, basadas en la disección del tiempo, ésta nos presenta a los protagonistas con un mundo y pasado formado que, por lo demás, le es común entre ellos y a medida de que transcurre el tiempo, cada uno de ellos aporta una cuota de información que permite ir configurando las piezas de un secreto que, en definitiva, es el puzzle que debemos armar.

El asunto es que como espectadores estamos obligados a imaginarnos aquello de lo que hablan y lo que recuerdan, puesto que no cuenta la cinta con imágenes intercaladas de aquel pasado que nos dibujen o expliciten lo que sacan a relucir constantemente y que, en definitiva es lo que hoy los vuelve a juntar y enfrentarse en una pieza.

Los cambios bruscos de encuadres permiten que la cámara se convierta en un protagonista testigo de lo que ocurre, un testigo dinámico que realiza los mismos movimientos que nosotros, los espectadores, realizamos al momento de seguir con la mirada a quien habla en la escena.

Tan sólo presione “play” y vea usted qué hace con la cinta.

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